Evidencia científica y su impacto en la conversación pública

El acalorado debate alrededor de la pandemia y las medidas que se toman para frenarla sumó una novedad: el uso de papers científicos como arma de justificación y refutación. Aparecen en el breaking news, los hilos de twitter, debates partidarios y presentaciones ante la Corte Suprema de Justicia.

Más que alegría, es una reivindicación, un triunfo y se expone como un trofeo. Un paper de la prestigiosa-revista-Nature dice lo que tantos querían escuchar: el cierre de las escuelas es la segunda medida más eficaz para frenar los contagios de Covid-19. Bravo. La tribuna digital celebra en forma de retuits compulsivos, corazoncitos, los medios afines al cierre lo levantan, le dan lugar destacado. Pero, alto ahí, dicen los derrotados, los ‘perdedores’ del paper, los que lloran el gol en contra: ese paper es de noviembre y evalúa el cierre de las escuelas junto con muchas otras medidas que se dieron en marzo y abril del 2020, no considera la especificidad de los niños frente a los estudiantes universitarios. Los medios afines a abrir las escuelas lo contraponen con otro artículo de otra prestigiosa-revista que dice que el cierre es malo para los chicos y que la evidencia aun no lo justifica.

Adiós al paper incial, que venga el siguiente.

Las repercusiones inmediatas de los papers de Covid, que se publican en catarata y a contrarreloj desde que empezamos a escuchar la palabra pangolín a repetición, diseñan un clima de época muy particular: es la era de los artículos científicos pret-a-porter, listos para ser usados en la conversación pública por quien así lo quiera, a favor o en contra de las ideas que se sostenían previamente a la salida de ese escrito, que se revolea como carpetazo orientado a avergonzar al oponente: ¿Viste que Nature me da la razón?

Pero el fenómeno del acceso masivo a literatura científica -que sigue siendo de nicho pero a la vez ahora está disponible- tiene varias aristas más que su combinación con el escenario polarizado que se traga los papers y los regurgita como balas de letras y números contra el otro ideológico/político.

Por ejemplo, la cantidad de datos disponibles. La prestigiosa-revista Nature publicó a fin del año pasado un análisis de cuánto se había escrito sobre Covid: más de 100.000 artículos sobre la pandemia en 2020. Incluso, según una base de datos, podrían haber pasado los 200.000. La escritura compulsiva de papers no llama la atención en un contexto tan inédito, enigmático y desafiante como este. Tampoco, si entendemos la ciencia como carrera: los científicos son evaluados por la calidad y también por la cantidad de producciones, y la academia ha sufrido en las últimas décadas la misma presión mercantilizadora que muchos otros ámbitos de trabajo. La competencia es feroz y la publicación, un imperativo potenciado. 

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En escenarios polarizados se empieza a ver más el cherry picking, una expresión que puede traducirse como «seleccionar las cerezas que te convienen». Se trata de una “falacia de la evidencia incompleta”, o sea, elegir el dato que dice lo que uno quiere y descartar los que lo matizan o discuten. De las decisiones basadas en evidencia a la evidencia utilizada discrecionalmente para justificar decisiones previamente tomadas. Como si en la pandemia, una época de incertidumbre como no se vivía hacía décadas, el “solucionismo tecnológico” del que hablaba Evgeny Morozov -cualquier problema se arregla con tecnología- hubiera virado hacia el “solucionismo de la evidencia”. Y tanto como la tecnología, la evidencia también “es más compleja”.

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